Sufrí alguna batida de párpados, consciente del riesgo de poder quedar varado en el sofá. Creía controlarlo, al fin y al cabo, solo era un poco de somnolencia repentina.

Pero de un poco, nada.

Vencido y desorientado tres horas después, y ya metido en la madrugada, me incorporé como pude sabiéndome vapuleado por las malas artes de aquellos maderos y cómodos cojines. Confeccionados, sin duda, para atraparme. Importándole lo mínimo mi postura o la conveniencia para mí de no empezar la noche en la bendita cama.

Y que no me diga que fue el vino, la pesada cena o el ritmo desajustado de mi día a día. Lo hace por vencerme y ya está.

Pero esta noche estaré atento y no me recostaré ni un poquito —aunque experiencias tengo de dormir sentado como un señor mayor, de los que pasa de todo— no beberé vino, ni cenaré, que coño. Ese bastardo no podrá conmigo. Y si lo hace, mañana, silla.