Saciado de sangre, como si de un vampiro terrenal se tratase, reposó su exceso. Dos días completos de dormidera le costó la indigesta dosis de “vida” que dos mañanas antes había devorado. Salió de la esfera sabiéndose solo. Se estiró como un humano entumecido y acompañando el gesto con unos extraños crujidos que venían de la mitad trasera de su escamosa silueta, irguió sus interminables tres metros y cuarenta y cinco centímetros. Dejó que el intenso frío los recorriese, ayudándolo a recuperar su temperatura corporal habitual. Pasó unos pocos minutos así, expuesto, para luego regresar a la nave y enviar el informe a Vastia. Detalló lo recopilado hasta ese momento en una señal sonora imperceptible a nuestros oídos que viajaría hasta el lejano planeta en escasos segundos. Extrañamente, no expuso en el mensaje su gran descubrimiento.

Sasha dejó la moto de nieve junto al cobertizo. Entró para guardar las botellas de aceite y se dirigió al interior de la cabaña. Junto al fuego se encontraban Paul y su madre, que conversaban con el miedo dibujado en el rostro. Ambos la miraron a la vez al verla aparecer.
─ ¿Sasha, has pasado por el pueblo? ─ comenzó su hermano.
Negó con los labios apretados, con la certeza de que algo no iba bien. Miró a su madre, que vestía la expresión de los malos momentos y sin detenerse en ella volvió la vista a Paul al que alentó con el gesto a que contará sin tapujos.
─ Ha desaparecido Bala y su familia. Y no son los únicos en el pueblo. Tampoco encuentran a Dara, la hija de Jenny, que salió temprano el martes hacia el almacén. En Durik han prohibido salir de las casas. Cuentan ya decenas de casos y no tienen ninguna idea, ninguna pista, de que puede estar sucediendo.

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