─ ¿Sheriff? Soy el Doctor Malkovich, del laboratorio Kensington, de Botar. Ya tenemos el resultado del análisis al que hemos sometido la sustancia que nos entregó─.
La llamada telefónica, esperada con ansiedad por el agente, respondía a la consulta sobre la procedencia del líquido azul que había consumido la pierna de su subalterno.
─ ¿De dónde ha sacado esto, señor Harris? Cualquiera diría que es una broma… ─ era extraño escuchar al doctor en esos términos. Aunque se conocían desde hace años, jamás habían tratado otros temas que no estuvieran estrictamente relacionados con alguna consulta profesional y nunca habían adquirido más confianza que la necesaria, y esta era muy poca.
─ Le seré franco y no me andaré con rodeos. Lo que usted nos ha traído, no coincide con ningún material terrestre. No conocemos ninguna sustancia parecida, ni ningún organismo capaz de generar un elemento tan poderoso en nuestro planeta─.
¿Cómo? ¿Había dicho terrestre? ¿Nuestro planeta? ¿A qué se refería?
Pensativo, guardó silencio unos instantes. Seguidamente lo rompió para explicar al doctor dónde y cómo habían dado con aquella maldita materia azul y lo que había ocurrido con Molko, que se recuperaba de su grave lesión en un hospital de la misma ciudad en la que se ubicaba el laboratorio.
Malkovich, perplejo, siguió compartiendo con Milo los resultados del análisis. Hablaba de una especie de ácido, capaz de disolver el más duro de los metales. Al extraerlo de la nieve y volcarlo en un recipiente comprobaron como perforaba cualquier envase o superficie. Explicaba como tuvieron muchas complicaciones, por este motivo, para poder llevar a cabo el examen.
Continuó.
Parecía tener origen biológico. Debía proceder de un organismo, no terrestre según su afirmación anterior. El doctor dejaba entrever que podría ser un fluido de procedencia directa de un cuerpo extraterrestre, a lo que Milo acompañó con una sonrisa nerviosa y sorda a los oídos de su interlocutor.
─Debemos compartir esta información con la Doctora Laura Vasak, astrobióloga de la Universidad de Saint Paul. Es la persona que, en miles de kilómetros a la redonda, puede arrojar algo de luz sobre este hallazgo. Estará encantada, además, de poder examinar con detenimiento este extraordinario jugo. Créame, Harris, no conocemos el alcance de lo que tenemos entre manos y será mejor contar con la ayuda de una experta como la doctora Vasak.

─ Paul, no vayas, por favor. Milo se enfadará cuando sepa que te lo he contado. Además, puede ser peligroso. ─ dijo Anne angustiada.
─ Tranquila cariño, sólo voy a echar un vistazo. Además, tu hermano no se enterará─ fue decir esto, besar la frente de su esposa y salir en dirección al lugar donde ocurrieron los accidentes de Sasha y Molko.
Iba rápido. En pocos kilómetros había alcanzado el camino que bordeaba la casa familiar. La dejó atrás pensando en que de vuelta pasaría a ver a su madre. Un minuto después se encontró con Mara y Sasha que iban de camino a Durik. Intento ocultarles hacia a donde se dirigía, pero con Sasha no lo consiguió. Ella conocía bien a su hermano y se las ingenió para forzarlo a dejar que lo acompañase. A regañadientes y por no descubrirse del todo, accedió. Mara, doblemente engañada, continuó hacia el pueblo mientras Paul y Sasha se alejaban en dirección contraria.
─ ¡Ahí es, Paul! ─ gritó señalando con el dedo una vez que habían llegado al fatídico kilómetro veinticinco de la NN-24. ─ ¡Justo ahí estaba la bola y ese es el árbol contra el que choqué!
Condujo en paralelo al surco hasta encontrar el reguero azul que se perdía montaña arriba. Paró la moto. Una vez que se bajaron y se quitaron los cascos, Paul contó a Sasha lo que le había filtrado su mujer. Lo de Molko, lo del análisis del laboratorio y su intención de seguir el rastro del líquido azul para intentar descubrir su origen.
Sasha, alucinaba. Se colocó la mochila, la afianzó a su espalda, suspiró y dijo decidida:
─No irás solo ¡Vamos!
Paul, no tuvo más que sonreír resignado. Ocultó la moto tras unos árboles, cogió el material de escalada que siempre tenía preparado y emprendieron la marcha en perpendicular a la carretera nevada.
El trazado que marcaba el fino goteo de la peligrosa sustancia era impredecible. Había veces que el surco desaparecía, como si la esfera se hubiese elevado y después de sobrevolar decenas de árboles cayera de nuevo en la nieve para continuar su camino. Rara vez se curvaba. No parecía esquivar rocas, ni árboles caídos. A cada paso que daban se volvía más extraño e irreal aquel paraje, tan conocido para ellos por haberlo recorrido desde pequeños con su ya desaparecido padre. El halo de misterio de aquel rastro fue en aumento cuando una gruesa niebla fue a envolverlos. Aminoraron la marcha con el miedo de caer en alguno de los charcos azules en los que se había convertido el reguero. A esto, se le sumó un fuerte mareo que hizo tambalear el caminar de Sasha. Paul la agarró justo a tiempo, evitando que cayera por un precipicio que nunca había estado ahí. Un fuerte zumbido hizo vibrar sus cuerpos. Escuchaban gritos dentro si mismos y una tristeza infinita se apoderó de pronto de sus almas. Lloraban sin consuelo. A la vez, caminaban, en un desequilibrio similar al provocado por una droga alucinógena. Bordeaban la caída a la inmensa grieta en la que se había convertido el margen del camino, acompañados de la angustia y la histeria. De repente, todo a su alrededor pareció implosionar. Una explosión luminosa que los cegó dio paso a un silencio extremo. Luego un agudo pitido que ceso un segundo después.
Abrieron los ojos. Ya no había mareos, ni niebla, ni precipicios, ni zumbidos, ni pena, ni ninguna otra alucinación. El blanco total que los había cegado antes comenzaba a diluirse. Se dibujaban poco a poco las formas en torno a ellos. Cuando todo acabó y pudieron ver con claridad, se dieron la mano temblando. Allí estaba, frente a ellos, alzándose en una altura descomunal, imponente y amenazadora, la gran nave de Dot.

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