
¡Felicidades! — gritaron Papá y mamá a la vez que me quitaban el pañuelo de los ojos.
¡Menuda sorpresa! ¡mi regalo de cumpleaños era un precioso caballo!
Me acerqué para mirarlo mejor. Era grandote y con cara de simpático. Su piel era marrón clarita y tenía una mancha blanca en la cabeza, igual que en tres de sus patas. Sus crines eran largas, suaves, casi blancas también, y en su frente formaban un gracioso mechón de pelo que caía entre sus grandes ojos marrones.
Nos mirábamos y empecé a acariciarlo entres las orejas, por el cuello, luego lo abracé y pareció que le gustaba. Le guiñé un ojo y me siguió hasta el granero donde mi mamá le había preparado una cama de paja. Allí se quedó, echando una siesta, mientras yo iba a la casa a merendar.
Devoraba la leche con cereales, para que el tiempo fuese más deprisa y así volver a estar pronto con mi nuevo amigo. Daba grandes cucharadas y con la boca llena y la barbilla llena de leche, eché a correr en busca de un cubo. Lo llené de agua con la manguera de regar las plantas del porche y lo llevé hasta el granero para dar de beber al caballo que remoloneaba ya despierto sobre la cama de paja. Se bebió dos cubos por lo menos.
Pasamos toda la tarde juntos. Le enseñé nuestra granja, la zona del huerto, el carro con el que mis padres iban al mercado de San Lorenzo cada sábado, jugamos al escondite, me dejó cepillarle e incluso hicimos una carrera.
Más tarde cuando anochecía volvimos al granero y mi papá me acercó la cena para aprovechar un poco más de rato antes de ir a dormir. Lo estaba pasando genial, aunque no paraba de darle vueltas a una cosa: ¿Qué nombre pondría al caballo?
Un trueno me sacó de mis pensamientos y vi como el cielo se oscureció. Se acercaba una tormenta y empezó a llover muy, muy, muy fuerte. Corrí para cerrar la vieja puerta de madera del granero, entonces un gran rayo salió de las nubes más altas iluminándolo todo y dándome una gran idea.
— ¡Ya sé! — dije. ¡Te llamarás Rayo!
Y entonces ocurrió algo muy extraño. Mi nuevo amigo contestó.
— ¡Me gusta! ¡me lo quedo!
Sí, Rayo había hablado y yo de la sorpresa me había quedado muda.
No sé cuantas vueltas di esa noche en la cama sin poder dormir, pensando en que Rayo me había hablado, si, como si fuera una persona y no un animal. Al final el cansancio me venció y en una de las vueltas me dormí profundamente. Esa noche soñé sin parar, me ocurrían cosas divertidísimas y siempre tenía a mi lado a mi nuevo amigo Rayo. ¡Qué buen equipo formábamos! ¡y cuántas aventuras nos quedaban por pasar!

Deja tu comentario