Una historia que no tiene final ha terminado. Empezó ya empezada, y transcurre. Tan sólo pasa sin que pase nada y nada quede sin pasar. Es uno de esos cuentos para mayores que ningún niño soportaría. Uno de esos que a duras penas digieren los adultos y que en los créditos refleja tu cara inmóvil, la de intentar entender qué viste y por qué sólo entendiste la mitad y no el principio y el final. Obras de arte, tal vez, que parecen haber sido creadas para que las absorbas a solas, sin saber que lo estás haciendo, hasta que la música y el fondo negro la extinguen hasta el silencio. Y te la guardas para ti, como un secreto, como uno que te acompaña a la almohada, como uno que te despertará con ese “run run” que la reafirma como historia con mayúsculas, y sin duda, como historia sin final.

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