Sus gestos denotan vergüenza, su voz lo traiciona también, con mala intención ambos, aun siendo todos del mismo bando. Mira hacia abajo buscando la grieta que abra en dos el suelo y por fin se lo trague. Pero eso no ocurre y solo le queda aguantar, para que la lágrima de sudor no derive en la de pena y sobrevenga entonces la catástrofe.

Ya no es un niño, pero no es capaz de superarlo. Está atrapado en la escena, en esa que tanto se da. Pocos lo entienden y él no lo sabe explicar.
Y la grieta sin abrirse.

Todo sería diferente si su mirada fuera la de un superhéroe y pudiera agrietar el suelo “zanjando” esto de una vez.
Todo sería distinto si se labrase el superpoder de no tener esa jodida vergüenza. Pero nada ha cambiado y únicamente encerrado en su soledad puede sentirse libre, libre incluso, de tenerse que explicar.