Poblaban las calles, reinaban las ciudades e inundaban todos los océanos y mares.

Eran diminutos, pero gigantes, llenos de fuerza y misterio.

Se colaban por los oídos de pequeños y mayores, y bajaban por los conductos más estrechos hasta llegar al corazón.

Una vez dentro ponían en marcha su, más que estudiado, plan de reinventar el mundo. Nos inoculaban el virus del amor verdadero hasta convertirnos a todos en un solo ente de respeto, admiración y cariño.

Durante meses lo consiguieron, hasta que alguien impuso la vacuna que nos “liberaba” de este virus salvador.

Y todo volvió a ser como antes, la esperanza se disipó, recuperando del fondo del peor de los cajones, la guerra, el desprecio y el yoísmo más atroz.