Que feo se puso todo.
No solo él y sus maneras, también el otro, que padecía síntomas similares.
Un pequeño malentendido generó una hecatombe, evitable a todas luces con una sonrisa u otro gesto amigable. Pero nada. A ninguno de los dos se le ocurrió echar el freno, ni cerrar sus incandescentes bocas.
A lo mejor eran hasta familia lejana, futuros amigos del paddle o iban a ser presentados el próximo sábado como cuñados en una barbacoa. Sin embargo no pensaban en nada de eso, ni en ninguna otra cosa. Seguían la inercia del camino hacia adelante, ni por asomo iban a ser unos cobardes sin coraje.
El globo de la ira contenida del día a día les había explotado en la cara. Entonces mejor los gritos, los insultos, los cojones en la mesa, el espectáculo, el portazo, el sofocón, primera, acelerón y para casa.
Reconociendo a solas cada uno la razón del otro, o no, cuando el fuego se disipó.

Muy bien narrado.
La ira contenida cuando explota…