La nuez que mi padre me dio tras luchar con la cáscara, tras abrirla sin romperla con el corazón de metal y sacar de ella las dos mitades para mí, sabía a otra cosa. Una montaña de nueces peladas y emplasticadas de un super nunca podrán saber ni parecidas. Pero es grandioso que existan, para recordarme aquellas dos mitades que brillaban en la palma de mi mano, como brillaban los restos en la de mi habilidoso padre.