Me siento culpable, y puede que no sea el único.
Ocho y catorce de la mañana. Semáforo en rojo. Todos los somnolientos conductores en nuestros coches esperando el verde. En el sentido contrario, lo mismo, más un espécimen humano en su motillo que al ver activarse el permiso del semáforo, acelera. Se coloca en vertical, con la rueda delantera hacia arriba ¡Haciendo el “caballito”, vamos!

Todos los asombrados presentes, ante tan magnífica exposición de salud mental fallida, vemos que el caballista en cuestión empieza a tambalearse. Es ahí donde surge la culpabilidad. Pienso que no se cayó solo. Lo caímos entre todos. Pero bueno, no pasó nada. Igual también lo levantamos entre todos para no sentirnos tan mal, y sí, también para verle la carita de avispado y poder seguir con nuestras vidas.