La masa blanca, bien masticada y dulcemente envenenada, se abrió paso por su garganta embadurnada en Matarromera gran reserva, hacia su esófago, hacia su estómago, induciéndola horas después a un coma profundo y luego a la muerte.
El juego había terminado para Claudia.
Ella solita se lo había buscado.
15 de septiembre de 2021
Terminó de secarse el pelo, se ajustó bien el sujetador negro de encaje y cogió el vestido floreado de la apertura en la pierna. Sabía que con ese no fallaba.
Para completar el outfit se calzó las botas Marteens, que le daban un toque rebelde y aún más juvenil a sus treinta y dos años recién cumplidos. Cepilló su melena larga y lacia, se pintó las rayas de los ojos y salió por la puerta hacia las oficinas, donde la esperaban para una reunión.
Habían pasado tres semanas desde que decidieron incorporarla al departamento de contabilidad de Verlasa. Después de pasar varias pruebas de aptitud y superar a más de diez aspirantes, recibió la noticia de que el puesto era suyo.
Desde el primer momento notó las miradas sobre ella, unas de curiosidad, otras de deseo y algunas de mujer que envidiaban su físico espectacular. Estaba de sobra acostumbrada a ser el centro de atención y sabía cómo exprimirlo al máximo.
Llegó con tiempo para tomar un café en el office y tontear con alguno de sus objetivos. Raúl, uno de ellos, que la había visto llegar en el Audi A1 por la ventana de su despacho, se acercó, como por casualidad, a rellenar su botella de agua. Ella sonrió nada más verlo aparecer y se aseguró de dejarle bien visibles sus tonificadas piernas de gimnasio, donde él intentó, sin éxito, no mirar.
— ¡Claudia, hola! ¿Cómo lo llevas?
— ¡Hola, Raúl! Bien, de maravilla. Adaptándome al puesto, ya sabes, y pillándole el tranquillo al funcionamiento de la empresa. Y tú ¿Qué tal? ¿Tienes tiempo de tomar un cafelito conmigo? — su expresión facial seductora, entrenada tantas veces en casa, casi obligó al chico a sentarse a tomar el segundo café en menos de quince minutos. Lo hizo encantado. Más que eso.
—Una cosa Raúl ¿Antonio de marketing trabajaba antes en mi departamento?, me comentó algo Sonia…
—Sí, estuvo muchos años, además. Hace solo tres que está en marketing. No sé por qué lo cambiaron de departamento, la verdad, es un crack en contabilidad. Y no solo eso — no había que darle mucha cuerda a Raúl— se lleva muy bien con los Arteta, los jefes, y dudo que lo movieran sin él estar conforme. Algo habrá por ahí, que no sabemos— terminó acompañado de una sonrisa misteriosa, casi al tiempo que apareció Eva, compañera y jefa de departamento de Claudia.
— Buenos días Raúl. ¿Claudia, vamos? Nos espera Miguel Ángel en la sala del fondo.
Se despidió del chico con un giño y lo dejó allí sentado con el café y un poco de taquicardia, por exceso de cafeína, y de testosterona también.
—Bueno, Claudia, ya casi hace un mes que te tenemos entre nosotros. Estamos muy contentos con tu trabajo, ¿verdad, Eva?— siguió el gerente al tiempo que Eva asentía cordial—Me he encargado de que preparen el despacho que estaba libre para que lo ocupes cuando acabemos aquí. Ve a instalarte y si ves algo que necesites me dices ¿Ok? Échale una mano tú, con los documentos que tenéis en red y con el programa, por favor, aunque ya estuvieron los informáticos dejándolo todo instalado. No te preocupes por tu mesa en el departamento de personal, —siguió— Sonia y Edu se encargarán, sólo coge tus cosas e instálate en tu nuevo despacho—dijo disfrutando de proporcionarle lo mejor a la guapa chica nueva de la oficina.
“Aquello iba cojonudo”, pensó ella. En menos de un mes tenía despacho propio, un puesto estratégico en una empresa que facturaba una barbaridad anualmente, a los jefes embelesados y a más de un compañero a sus pies.
Esa noche lo celebraría a lo grande. Primero iría al centro a comprarse un modelito de los caros y luego de cena al Cardón con Maxi, uno de esos “amiguitos elegantes” suyos, con el que meterse unas rayas entre polvo y polvo, con el que reírse del mundo, uno de los habituales.
Esperó que saliese de la casa desde una cafetería al otro lado de la calle, con el pelo recogido en una gorra de los Yankees y gafas de sol para no ser reconocida. A las seis y diez Antonio salió enfundado en ropa deportiva y con un macuto con el logo del gimnasio Marefit colgado al hombro. Lo siguió de lejos, caminando despacio desde una distancia prudencial, hasta llegar a la calle Atarazana donde estaban las instalaciones del centro deportivo en el que entró.
Lo siguió varios días de la misma forma hasta conocer su rutina. Se aseguró una plaza en un curso de natación y comenzó a ir a entrenar, primero en días en los que sabía que su compañero de marketing no iría, para conocer un poco mejor aquello y después los miércoles para acabar coincidiendo con él.
— ¿Antonio? ¡Hola!, ¿entrenas aquí? —dijo actuando sorprendida.
—Sí, hola. Eres Claudia ¿verdad?, ¿de contabilidad? —se hizo el interesante, cuando él sabía perfectamente quién era, y hasta lo que llevaba puesto cada día. La veía, la miraba con toda su atención, pasar desde la ventana de su despacho. Ella también lo había notado, raro era el que no la miraba de arriba abajo, unos con más discreción, otros con menos. Antonio era de los que sabía disimular, pero de los que no dejaba pasar la oportunidad de recorrer todas sus curvas con ojos muy vivos cada vez que tenía la ocasión.
— SÍ, Claudia, ¿vives cerca? — dijo mientras colocaba la tiranta del bañador.
—Aquí al lado, ¿tú también? No te he visto antes en el gimnasio.
—No, no. En mi zona no hay gimnasio con piscina y este no me pilla mal. Empecé hace una semana en natación. Está genial esto, ¿eh?
Aquel encuentro fue el primero. Vinieron muchos más. La mayoría calculados por Claudia. Antonio, un digno cuarentón recién separado, iba cayendo en su red. Con velocidad constante y movimientos premeditados consiguió uno de los días unas cervezas tras el gimnasio. Otra tarde lo lio, sin mucho esfuerzo, para una cena, una de esas de café, copa y puro, que acaba en desayuno.
Entre tanto Claudia iba sacándole a su nuevo amante todo lo que necesitaba saber. Con la excusa de aprender más rápido fue preguntándole, veladamente, cómo controlaban en la empresa el flujo de dinero y si había algunas rendijas o fisuras que tener en cuenta. Antonio le habló de ciertos ángulos muertos en el sistema, mientras fumaban desnudos en la cama, que tendrían que asegurar de algún modo. Quizás ella podía trabajar en esas mejoras en colaboración con Eva, su compañera de departamento, pero no era precisamente ese el objetivo de Claudia, más bien lo contrario.
Antonio, orgulloso de mostrar todo su conocimiento en la materia, no se daba la más mínima cuenta de las intenciones de aquella belleza rubia.
Volvía conduciendo de Villalba, el pueblo donde vivía ahora su madre, tras pasar el fin de semana con ella.
Hacía un par de meses que no iba y ya tocaba. Metió tercera en aquella curva que se sabía de memoria, pasó la gasolinera y después empezó a conducir como un autómata mientras se hacía una película mental de las románticas con la niña nueva del trabajo. En la radio sonaba ‘Nebulosa Jade’ de Rufus T. Firefly.
Estaba cansado de andar con una y con otra. De que se le acercaran solo por quién era. Por lo que prefería moverse con desconocidas, que encontraba en aplicaciones para ligar, pero en ninguna chica encontraba ese “algo más” que ansiaba. Hasta que llegó Claudia. Nada más verla en la sala, esperando para entrar a una de las entrevistas que le hizo Miguel Ángel, Raúl supo que se enamoraría de ella. Desde aquel día solo pensaba en verla, en acercarse, en conquistarla. A veces le parecía un poco descarada, o demasiado materialista, o excesivamente vanidosa, pero su empeño en idealizarla justificó cada uno de esos rasgos que hubiese detestado en otra mujer.
Quería estar con ella y haría todo lo posible por conseguirlo. Solo le quedaba decidir cómo acercarse más. Habían pasado cuatro meses desde que llegó a Verlasa y no veía la oportunidad. Además, se ponía muy nervioso cuando una chica le gustaba de verdad y este, sin duda, era uno de esos casos.
El reloj marcaba las 6:45 de la mañana cuando sonó la alarma del móvil. Dio un salto, con la ilusión de un niño que va de excursión, para ir a la oficina y encontrarse con Claudia.
Si llegaba un poco antes de empezar la jornada sabía que el primer café del lunes lo compartiría con él. Pero cuando llegó se encontró con un panorama bien distinto. Su padre y su tío, los Arteta, charlaban con Miguel Ángel y Antonio junto a la máquina de café. Había risas y un ambiente demasiado animado para un lunes cualquiera.
— Raúl, buenos días. Por favor, cuando llegue el resto avísales de que nos reunimos en treinta minutos. ¡Tenemos buenas noticias! — dijo Manuel, su padre, en modo jefe/compañero.
Las buenas nuevas eran que Verlasa había absorbido a Inekia, una StartUp que venía pisando fuerte y que tenía encima de la mesa otra oferta de la competencia. Esto les brindaba nuevas posibilidades de engordar las cuentas anuales, que ya de por sí estaban a unos niveles impensables hace solo cinco años, además de neutralizar durante un tiempo los envites comerciales constantes de Smartfun Factory.
Fernando Arteta, tío de Raúl, fue el encargado de dar una pequeña charla motivacional que le animaba el lunes a cualquiera. Sobre todo, porque terminó anunciando “un regalito” económico para todos los empleados como agradecimiento por su labor.
— Qué bien, ¿no? ¡Así da gusto empezar la semana! — le sorprendió una sonriente Claudia, que se puso a su altura en el pasillo al salir de la reunión.
— ¡Desde luego!, esto es para celebrarlo.
— Tienes toda la razón ¿Tomamos algo después en ‘La bodega’? Se lo diré ahora a Sonia, Edu y los demás—. Antonio miraba algo celoso unos metros por detrás.
La respuesta fue “sí”, desde luego que sí.
Esa tarde se alargó bastante. Después de las tapas vino el café y luego vinieron las copas. Hubo un buen rollo general, aunque el flirteo de Claudia y Raúl, cada vez más evidente, empezó a enfurecer a Antonio.
Él sabía que su relación con ella no pasaba de los encuentros casuales y que no se debían fidelidad ni exclusividad, pero con el paso del tiempo él se había enganchado más de la cuenta y esperaba algo que ella no le iba a dar. Claudia no entorpecería su objetivo con los sentimentalismos de Antonio, y no dudaba en tontear descaradamente delante de él con Raúl. El problema que se sumaba a las mariposas estomacales de Antonio, era que a quien se había ido a ligar la contable de ojos irresistibles era nada más y nada menos que al hijo del gran jefe y contra eso estaba atado de pies y manos. No podía mover ficha o se complicaría la vida de verdad. “Hija de la gran puta”, pensó.
Todo se puso un poco más negro cuando la parejita se marchó a la francesa y el de marketing, que no los perdía de vista, los vio escurrirse hacia la salida del bar. Empapado de alcohol y furia, entró en cólera y casi acaba liando un buen follón con otros compañeros que no tenían ni idea de lo que pasaba.
Raúl no se lo creía.
Claudia, entre risas, le clavó sus ojos, se mordió el labio inferior, y abrazándolo del cuello, y de los sesos, acercó su pelvis a donde se animaba el vaquero de Raúl y lo besó apasionadamente. El menor de Manuel e Isabel Arteta, apoyado sobre su Mercedes de 80.000 €, y con una calentura amorosa importante, era atrapado por aquella bella serpiente, que no lo iba a soltar sin antes administrarle el veneno que lo convertiría, de ahí en adelante, en una marioneta a sus órdenes.
Seis meses después Claudia había pasado a ser la nueva novia del hijito de uno de los jefes y a verse intocable, por tanto, en Verlasa. Nadie la contradecía, ni le ponía un “pero” a sus movimientos dentro de la empresa. Solo Antonio se atrevió a acercarse a ella, sacándole incluso alguna noche de sexo más. La puso contra las cuerdas, quería más de lo de antes, no creía ser menos que Raúl y contraatacó. Hasta que ella decidió dejárselo bien claro:
— Entiéndelo de una vez, estoy con Raúl Arteta. Cada domingo voy a la casa de campo de Manuel Arteta, a la comida familiar. Las navidades las pasé con ellos en Niza. Todos me adoran, y tú solo eres un amante de los de pasar el rato, pero un don nadie. Eres un muerto de hambre y yo aspiro a lo más alto. No insistas más. Nunca me tendrás donde tú quieres.
— ¿Qué? ¡¿Cómo me haces esto, niñata?! Eres una víbora. Juegas conmigo a tu antojo, pero esto no va a quedar así. Vas a pagar por esto, créeme—. Dijo enfurecido, apretando los puños y escupiendo al hablar, como si de un perro rabioso ladrando se tratase.
— Jajajajaja— se río Claudia a carcajadas— Eres ridículo, Antoñito. Atrévete y te verás en la calle. Convenceré a Manuel para que se asegure de que no vuelvas a trabajar en esto.
Dio un portazo y se largó. Mientras dentro del Renault Megane del 2005 resonaba un grito de frustración, seco, y unos duros golpes en el volante que dejarían doloridas, durante días, las manos de Antonio.
Eva había dejado el ordenador encendido y había salido a comprar té al súper de enfrente. Solo estaban ellas dos en la oficina, así que Claudia aprovechó el momento para ir hasta el pc de su compañera y comprobar una de esas rendijas de las que Antonio le habló. Era cierto.
Volvió a su mesa y con dos operaciones se aseguró en su cuenta personal un movimiento de tres mil doscientos cincuenta y dos euros. Nadie debía notarlo, solo tenía que andar con cuidado con Eva.
Era la primera vez que lo hacía, solo quedaba esperar un par de semanas y ver si saltaba la liebre. Si no era así, se cumplirían todos sus pronósticos y podría volver a repetirlo.
Tres semanas y nada.
Todo había salido a pedir de boca. Se dispuso a realizar un movimiento parecido, esta vez con otro cliente. Entonces descubrió algo inesperado, alguien había desviado un importe algo menor, de la misma forma que lo había hecho ella casi un mes atrás.
Después de varias comprobaciones confirmó que la mojigata de su compañera hacía esto a menudo, desde hacía unos tres meses. Miró y remiró, y efectivamente aquella brecha en el sistema de la que le había hablado su ex amante no solo no estaba cerrada, sino que había una listilla aprovechándose.
El martes siguiente Claudia, sabiéndose con la sartén por el mango, escribió como un jefe haría con un empleado, un email a su compañera que decía: «Avísame cuando llegues, por favor, tengo que hablar contigo»
—Hola, Eva ¿qué tal?, has visto mi email ¿no? — dijo al verla aparecer por la puerta de su despacho.
—Sí, si ¿necesitas ayuda con algo? Dime— Dijo decidida aún, manteniéndose en su puesto de superioridad.
Claudia se recostó un poco en su silla para ver si alguien venía por el pasillo, volvió a su posición cuando vio que no era así, miró a Eva directamente a los ojos y lo dijo:
—Sé lo que estás haciendo—. Silencio.
— ¿Qué?, ¿a qué te refieres? —actuó nerviosa la mujer.
—Ten cuidado Eva, las facturas, lo sé. He visto los movimientos que haces directos a tu cuenta personal. Llevas casi cuatro meses así y no lo puedo dejar pasar— a la otra le llegaba la boca al suelo. Una gota de sudor que bajaba de su frente venía a confirmar su culpabilidad. Claudia continúo:
—Podemos hacer algo. Yo me quedo calladita y tú me haces algún que otro regalo que solo tú y yo sabremos, ¿qué te parece?
Eva afirmó con un leve movimiento de cabeza y los labios apretados de ira al verse acorralada por aquella niñita recién llegada que manejaba aquello con pasmosa soltura.
—Mañana cuando vuelva del desayuno me gustaría encontrar en mi bolso, dos mil euros en metálico. Quizás así pueda hacer la vista gorda. Al menos por un tiempo.
Esa fue la primera de las extorsiones a su compañera, aunque, por suerte para Eva, tampoco fueron muchas más.
Un lunes no apareció por la oficina. Nadie se extrañó, porque desde que era la novia oficial de Raúl Arteta se tomaba algunas licencias como esas de no aparecer un día laboral cualquiera. El martes si saltaron todas las alarmas. La policía apareció en la sede de Verlasa y se descubrió el pastel.
Claudia, la flamante y prometedora nueva novia de Raúl Arteta había muerto en su casa el domingo de madrugada.
Había pasado el fin de semana en la casa de campo de Sonia, de la oficina, junto a otras compañeras más. Sara, Julia, Claudia, Itziar, Maite, la hermana de Sonia y la propia Sonia, habían estado desde el viernes en Villa Fernés, en el bosque de Sauca. Todo normal. Sin embargo, la llegada el domingo a casa le deparaba a Claudia una sorpresa inesperada.
La policía la descubrió la tarde del lunes en su casa, muerta en el baño, rodeada de vómitos.
Raúl había movido los hilos para que se investigara cuanto antes su desaparición, y cuando más tarde recibió la noticia, después de derrumbarse estrepitosamente, apretó para encontrar rápidamente al culpable.
Varios ingredientes bastaron para inculpar a Antonio, entre otras, la declaración de Sonia.
Contó como Claudia les habló, en un momento de vinos y confidencias, de la presión que soportaba de un enloquecido Antonio para que volviese con ella, después de haber tenido un romance pasajero con él.
A esto se le sumó el relato de Jaime, de comunicación, que vio como Claudia era zarandeada por el atlético cuarentón en una acalorada discusión en la planta primera del garaje, donde tenía su plaza la monísima jovencita muerta. Las grabaciones de las cámaras vinieron a confirmar a Jaime.
Días después de la autopsia llegaron a comisaría los resultados de toxicología. El envenenamiento con etilenglicol había sido la causa de la muerte de Claudia.
Dataron el momento de la inyección de la sustancia venenosa en un lácteo en casa de la chica para las 03:45h., aproximadamente, de la madrugada del sábado. Antonio no consiguió presentar una coartada convincente que lo exculpara y aún se le puso más complicada la situación.
En pocos días los Arteta ya se habían echado encima de su “queridísimo” compañero y amigo, para destrozarlo con su equipo de abogados que lo convertirían rápidamente en culpable de homicidio con alevosía y premeditación.
El caso se cerró muy rápido y Raúl quedo satisfecho, aunque herido de por vida en el corazón.
Meses después Verlasa había recuperado la normalidad. Antonio y Claudia habían pasado a la historia, Raúl había vuelto a sus citas de Tinder, Eva no tenía compañera de departamento y Sonia no había vuelto a hacer una quedada de las suyas en la casa de la sierra de sus padres.
Todo había vuelto a la época pre Claudia, incluidos los movimientos bancarios ilegales a cuentas personales.
2ª parte
3 noviembre de 2022
— ¡Joder Simón! Ese tío está en la cárcel pagando por algo que no hizo— dijo casi balbuceando y a punto de caerse por la borrachera.
Salieron del bar del hotel, ella sujetada toda por él, en dirección a su carísima suite del ático del Venice.
2 de diciembre de 2021
Ese día era tarde de natación con Mara, después la llevaría a casa de su madre.
La recogió en el cole y fueron paseando juntos. Almorzaron y descansaron un poco. A las cinco menos veinte se dirigieron a la piscina donde tenían una hora de nado libre. Fue divertido, siempre todo lo era con ella.
Al terminar, salieron del agua y se dirigieron al banco donde tenían las chanclas y la toalla. Mientras secaba a Mara, una mujer fue a ponerse a su lado.
Tendría unos cuarenta y tantos años y las piernas robustas. Según su mirada fue subiendo, escalando sus piernas, se encontró con la de ella, qué en ese momento se quitaba el gorro de natación y dejaba caer su pelo de una forma nada estudiada que lo cautivó.
Como él, quedó paralizada.
La sensación de ambos fue calcada y simultánea. La sensación de ahogo placentero que experimentas al caer al vacío en una atracción de feria, la adrenalina de lo prohibido, un orgasmo en el corazón, un maravilloso preludio.
Entre las primeras dubitativas palabras de saludo y estar follando como leones en su piso, solo habían pasado tres horas, el tiempo de dejar a la niña en casa de la madre a la hora que tocaba y encontrarse en el bar de abajo.
Estaba casada y nunca hasta ese momento le había sido infiel a su marido. Esto Simón lo descubrió más tarde porque era bastante reservada, o al menos con él se comportaba así.
Después de aquello empezaron a quedar a menudo, a disfrutar sin límites, siempre en sitios caros. A él le iba bastante bien en el bufete de abogados y ganaba bastante pasta, así que se permitían bastantes lujos. Otras veces era ella la que le venía con un regalo caro, un Rolex o un fin de semana en un hotel de cinco estrellas en la costa.
Fueron unos meses bastante locos para los dos, hasta que algo se torció. Ella, aunque siempre dispuesta a agradarle y hacerle sentir como un dios, empezó a estar más dispersa, más tensa también. Decía que no soportaba seguir con su vida de casada, pero que aún no podía divorciarse, que debía esperar.
Otras veces hablaba de tensiones en el trabajo, pero él no acababa de creerla porque con ella era difícil profundizar en cuestiones de su día a día. Pensaba en divertirse, en qué hacer para la próxima cita, pero nada que dejase ver más de su rutina diaria.
El mes de mayo casi no se vieron, siempre tenía alguna excusa para no poder quedar. Luego volvieron a las cenas y las escapadas más locas, aunque ella seguía diferente a esos meses del principio.
Fue en un fin de semana de noviembre, en el Hotel Venice, cuando le contó lo que la atormentaba:
— ¡Joder Simón! Ese tío está en la cárcel pagando por algo que no hizo— casi no se sostenía— envenené su comida, me la cargué, ¡por zorra!
La agarró del brazo y dejando en la barra un billete más grande que la cuenta, la sacó del bar sin dejarla hablar más, para dirigirse a los ascensores que los llevarían al ático.
Lloraba, y se lo contó:
—Le robé las llaves de su piso y les hice copias. Esperé a un fin de semana que sabía que no estaría en casa para colarme sin que nadie me viese en su puto tercero b. Llevaba, para despistar, la peluca de cuando la quimio de mi hermana—sollozaba—guantes de látex y bolsas en los zapatos. Llevaba también un estuche con la aguja y el veneno. Lo clavé en el queso fresco, lo empapé de aquella mierda y me largué. Y nadie ha sospechado nada, no encontraron más pruebas que las que inculparon a Antonio y yo he podido seguir con mi vida como si nada.
Simón estaba petrificado, no sabía si era el alcohol que le estaba jugando una mala pasada o de verdad era cierta toda aquella historia. Siguió escuchando.
Le contó cómo consiguió el etilenglicol. Víctor, su marido, que tenía una empresa de instalaciones frigoríficas, tenía grandes cantidades de esta sustancia en la nave industrial y siempre le comentaba que aquello además de anticongelante era un veneno muy sutil y que poca gente lo sabía. Pues bien, ella se había quedado con la copla y se hizo con la cantidad necesaria para tumbar a un elefante en uno de los pedidos que por error llegó a su casa.
Continúo.
Cuando descubrieron a la chica muerta rápidamente buscaron a un cabeza de turco y este fue Antonio. Tenía todas las papeletas, a los Arteta en frente, y a la policía con ni una sola huella o prueba en contra de otra persona. De hecho, en el piso de Claudia se encontraron muestras de cabello y piel de Antonio, así como Raúl y Maxi, pero de nadie más.
Entre lágrimas llegó el silencio. Durmieron, como lo hacen los niños después de una buena rabieta. Y, aún sin quererlo, llegó el siguiente día.
La conversación, inacabada, ocupó vehemente su resacoso despertar.
Simón, perplejo aún, pero enamorado pese a todo, preguntó:
— ¿Ahora qué, cariño? ¿Qué vamos a hacer?
Sus profundos y lacrimosos ojos se sumergieron en los de Simón, como aquel día de piscina en que se conocieron, y de sus labios, como si quedase muy claro que nunca más hablarían de aquello, salieron unas palabras que, como un punto y seguido, lo calmarían todo:
—Ahora vamos a desayunar, bañarnos en el jacuzzi con un “margarita”, y a olvidar la conversación de anoche para siempre.
Después Eva lo besó, fundiendo su cuerpo con pasión desmesurada con el de su amado, el mismo que guardaría para siempre el secreto de su venganza.
FIN

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