La gruesa niebla en la que a ciegas me sumergí, diluía almas errantes y luces nocturnas a partes iguales. El todo cercano se volvió blanco difuso y me sentí flotar. Justo en ese momento dejé de ver mis pies. Sin oponer resistencia y con la inercia de un globo sin rumbo me sometí exhausto al balanceo de aquella suerte de destino.