Abrió enorme la boca, cerró los ojos y se entregó relajada al bostezo más grande de esa soporífera tarde. Lo ocultó educadamente con su mano. Esto no evitó, sin embargo, que el subconsciente de Ramón, que bajaba del mismo autobús en ese momento, recogiera el testigo de la apertura bucal somnolienta de Teresa. Con un alargado «ahhhhhhhhh» recorrió unos metros alejándose de la parada, dejando infectados a dos operarios de Lipasam que limpiaban en ese momento la calle con manguera y camioncito y con los que se cruzó. Bostezaron al unísono creando una onda expansiva que llegó a la otra orilla de la avenida. Allí, Lorena, que caminaba a la vez que hablaba por teléfono con Manuel, su novio, recién aterrizado en Tokio, no pudo evitar trasladarle este símbolo de sueño inevitable. Hasta allí llegó el bostezo que, una vez que el chico lo largó, se expandió por viajeros de todo el mundo que atestaban el aeropuerto de Haneda ese martes veintiocho. Una semana después, los ocho mil millones de terrícolas habían efectuado su batida mandibular correspondiente, con el origen conocido, solo por vosotros, de la línea trece de los autobuses sevillanos de Tussam.

Valiente Teresa, la que lió!!
Qué poderío bostezando.
Es extraordinaria la manera de describir semejante relato de los hechos.
Qué imaginación más poderosa.
Toda mi admiración.