Compara su oportunidad perdida con la ganada por otra. Y no ve el esfuerzo por conseguirlo de ella, ni la desidia con la que él edificó su fracaso. Sólo quiere su premio. Y si no lo consigue, le corroe la envidia. Algunas suertes las trae el azar. Otras no. Aunque él quiera pensar que la ocasión que se le escapó, fue de esas en la que un malvado algoritmo te convierte en perdedor.