Se encendió la noche que ya nunca incendiabas. Parecía otra cosa, como si no encajaras en la noche con gente, como si fueras gente aburrida. Subiste a donde nadie te veía, pero donde cualquiera podía verte. Ya no gritaste, ya no hacía falta. Con la escalera plegada y con la sonrisa tranquila, volviste a tu cama. Al lugar donde ahora mejor te sale esperar la llegada del día.