Había dos lunas. Una servía para las carreras espaciales, para los viajes coronados por rígidas banderas de barras y estrellas, para la mirada cercana de valientes perritas voladoras, incluso para Hergé, Tintín y Milú. La otra era solitaria, mucho menos concurrida. Visitada por soñadores que la recorrían sin ni siquiera pisarla. Imaginada, soñada, inalcanzablemente cercana para sus huéspedes sin ínfulas de pobladores. Escrutada sin deseos de descubrir, más bien de disfrutar y permanecer, minutos, meses o siglos, que en la medida temporal de este universo quizás no ocupaba más de una noche, un rato o un beso. Esta luna era invisible para los malvados o para los poco apasionados. Era accesible solo si intentabas alcanzarla con el corazón y tus intenciones carecían de intención alguna. Sin más, y sin menos, esta era la luna que necesitabas si necesitabas “estar en la luna”.

Esa es la luna en la que muchas ocasiones me gusta estar, qué bonita forma de describirla!me ha encantado!
¡Gracias Rocío! 😉
Gracias!
Necesito frecuentar más esa luna solitaria . No es fácil para mí «estar en la luna», pero voy a practicar.🤪
Maravilloso relato lleno de magia, cómo todos los que escribes.
Sigue emocionándonos cada día.😘
Esa es la luna en la que me gusta estar. Es esa luna la que entiende mis silencios, la que me recuerda quien soy yo.
Gracias por explicar lo que otros no sabemos ❤️
Esa luna es una maravilla, está solo para nosotros. Gracias.