Ser padre, además del ‘pack básico’, conlleva otras tareas asociadas. Algunas, a priori un coñazo, te dan la oportunidad de volver a ser un niño.

Vas a esa reunión de fin de trimestre. Te sientas en esas pequeñas sillas con tus compañeros, niñas y niños, como tú, envejecidos. Miniaturizados por un rato, para sentarse a escuchar contigo a la seño.

Los odios, más pequeños. Todos iguales, sin mejores trabajos, ni peores problemas. Todos escuchando a la profe, que hoy no riñe, hoy es maravillosa.

Y solo el sonido del timbre, que no suena porque se dice, te hace levantarte hasta la altura de los adultos, donde la sonrisa ya no es tan pura, ni los males tan pasajeros. La altura en la que reconoces lo importante que era aquello. La altura de los mayores, los que por un rato nos volvimos enormemente pequeños.