La mujer en el trabajo y en su día a día, lucha.

Lucha con el compañero, lucha con su jefe, con el coche de detrás, con su regla, con las terribles noticias, con el embarazo y el parto, con decidir lo contrario, con la del síndrome de Estocolmo, con las costumbres de su madre, con la maleta de sus hijos, con la lactancia, con los anuncios de cremas antiarrugas, con la joven protagonista de una peli, con sus zapatos, con la vuelta a casa después de una noche de fiesta, con su compañera, con su tiempo, con su reloj biológico, con su marido, con no tenerlo, con su envejecimiento, con la menopausia y hasta con ella.

Y cuando vence, caería rendida. Pero no, una mujer no se lo puede permitir.