Las hormigas, tan discretas, devoraron cada milímetro de aquella polilla. Lo hacían sin aspavientos, pero con la misma hambre que una hiena busca la muerte de otro a carcajadas.

Al día siguiente estaba todo limpio y ellas seguían siendo las niñas trabajadoras y bonitas que nunca habían roto un plato, aunque aquel ser, repartido en sus negras barrigas, pensaba de manera muy diferente y no tendría más que guardarles rencor.