He subido de nuevo a esta colina. Aquí paso las horas de muchos días, en las que mi mirada curiosa busca perderse allí, a lo lejos, un poco más al sur. A cientos de metros, a mis pies, comienza la frontera de agua. Dos mares forcejean gallitos para construirla a empujones en mi presencia. Hoy el día está claro y mis ojos alcanzan la costa, pero de ahí no pasan, y quieren, claro que quieren, tanto como yo. He oído tantas historias de desiertos y migraciones, de corazones salvajes, de miradas limpias. Aún es poco lo que leí sobre este enigmático lugar y casi prefiero descifrar lo que yo escriba en mi cuaderno de viaje, lo que puedan contar mis pies. Me dan ganas de saltar, abrir las alas por fin y planear el aire que el globo fofo de Verne gobernó. Recorrer la vida de su gente y volver, como lo hace la cigüeña o el halcón, y contar. Aterrizar de nuevo en mi colina y cuando vuelva a mirar, lo que contemple sean recuerdos y no deseos sin cumplir.

Estás frente a mí esperando mi llegada. Te extiendes tentadora en numerosos pueblos, en infinita cultura. Resuenan los tambores cuando te sueño. Te imagino danzando los golpes al son de mis anhelos. Espérame, que ya salto, sí, espera mi vuelo. Que el impulso me lleve a tu orilla, al otro extremo, y que el viaje me siga invadiendo de ti y, como tantas noches, de tu maravilloso fuego.