Unos buñuelos de viento era lo que Matilda había preparado para recibir a sus nuevos vecinos. Por lo visto una pareja con su bebé había comprado el piso de al lado, vacío hacía meses. Ella, tan sola desde la muerte de Antón y con su único hijo en Italia a miles de kilómetros, necesitaba al menos oír cercana la felicidad.

Por fin los escuchó llegar. Cogió nerviosa los buñuelos y salió al descansillo en dirección al segundo B. Llamó al timbre. La puerta se abrió. Casi se desmalla al ver a sus nuevos vecinos: su hijo, su nieto y su nuera.