Era febrero y se había enamorado. Su trayecto se cruzaba cada día, en una x maravillosa, con una chica peculiar. Compartían pasos enfrentados, alguna mirada de soslayo y el mismo espacio aéreo en el que soñar. Le colocó los atributos que anhelaba; una pizca de dulzura, elegancia en su carácter forjado a base de barrio, delicadeza en sus maneras, pasión por las mismas cosas que él amaba… Gozó junto a ella, en sus ratos imaginados, paladas de sonrisas, vergüenza disfrutada y largas charlas bañadas intensamente de lo anterior. Su forma de andar era su presentación, su forma de vestir una declaración de intenciones.

Un día mientras le daba las gracias a un chico que la dejó pasar en un paso de cebra, vio su sonrisa, que él no conocía pero que ya había imaginado en múltiples ocasiones. No era mejor ni peor, sólo era real.

Su voz la quiso fina y su acento entonado. Sus bromas fabricadas a su imagen y semejanza. No había ni un fallo que la destronara. No había atisbo de falsedad en todo su ser.

Llegó el segundo viernes del mes y acudió desganado al cumpleaños de un compañero de trabajo. Charlaba de temas banales, entre trago y trago. En uno de ellos, apareció. Venía acompañada de alguien, pero él únicamente la veía a ella. Estaba petrificado y se acercaba en su dirección. Comenzó a saludar por su izquierda, empezando por Antonio —era su prima, según supo después—. Ya le tocaba a él, se acercó decidida y con indiferencia le besó. No olía como debía oler, no mal, diferente. Sus maneras, de pronto, habían dejado de ser delicadas y habló. La primera silaba bastó para demoler a la chica que se había construido en sus pasos enfrentados. Esa farsante la despojó de su voz, de su tono perfecto, de la posibilidad de las largas y sonrientes charlas. Le otorgó frases para enmarcar y tirar al vertedero. La destruyó dejando sólo el envoltorio, que ya no brillaba, ni era especial.

No tardó mucho en volver a casa. Lo hizo cabizbajo y derrotado, pero no dejó de imaginar. En esta ocasión sus divagaciones tenían un objetivo muy concreto. Sólo pensaba y pensaba, de manera insistente y obsesiva, en un nuevo trayecto por donde con ella no se pudiera volver a cruzar.