Capítulo anterior:

Paul y Milo buscaban nerviosos y aterrorizados a su alrededor. Daban vueltas sobre sí mismos sin poder creer que hubiesen desaparecido sin dejar rastro alguno. Pronto entendieron que no los encontrarían y que peinar la zona no serviría de nada. Al alzar la vista se encontraron con que la nave sí seguía allí y que el errático camuflaje de la gigantesca esfera había cesado. Parecía sacar pecho, postrándose con orgullo marciano ante el agente y el “vikingo” de Meritov. De pronto los móviles y el walkie del policía empezaron a emitir sonidos que denotaban su vuelta a la normalidad. Milo comprobó que la cobertura se había restablecido y se comunicó urgentemente con Stanley, el agente que sustituía a Molko —que quizás nunca volvería a su puesto—. Contestó en el segundo tono, recogió la información que le transmitió su superior y se dispuso a cumplir las órdenes a toda velocidad. Dos horas después, ya con el sol despuntando por el este, la zona había sido tomada por cuerpos especiales de la policía de Bostar, por el FBI, que estaba al mando del dispositivo desplegado frente a la nave y por expertos en astrobiología comandados por la Doctora Vasak, a los que mantenían a una distancia prudencial de la enorme nave esférica, excesiva para los curiosos y excitados deseos de los científicos.

Si la presencia impávida del ovni ya era sorprendente, aún lo era más el descaro con el que los humanos danzaban frente a él. Como si no debiera ser temible. Como si no tuviese nada que ver con los numerosos asesinatos y desapariciones que durante semanas habían asolado la zona.

La brisa que acompañaba al amanecer dejó de ser suave, volviéndose cada vez más violenta. El movimiento de la arboleda en la retaguardia del despliegue seudomilitar recalcaba el aumento de la velocidad del aire. A él, se le fue uniendo la nieve para convertirse en una impresionante e inesperada tormenta que sería siempre recordada junto a los hechos extraordinarios que ocurrirían aquella mañana.

La esfera volvió a su camuflaje intermitente. Lo alternó con colores que la recorrían de abajo a arriba en forma de nubes circulares que la rodeaban y que se perseguían con distancia exacta entre unas y otras. El suelo retumbó y algunos objetos comenzaron a elevarse, a flotar, con ellos, los vehículos, policías, científicos y todo lo que se encontraba pegado gravitatoriamente al nevado suelo. Un sonido ensordecedor engrandeció la maldad del ovni, que se elevaba ya por encima de todos los presentes. Se marchaba. Lo hacía lentamente, mostrándose con descaro, a plena luz del día, envuelta por la por las miradas de odio e impotencia de los que quedaban abajo vejados por su galáctica visita. Alcanzó una altura de unos veinte metros, se paró como si brindara un último adiós y salió despedida verticalmente hacia el cielo a una velocidad sobrenatural, que evitó que ninguno pudiera seguirla con la mirada. Cayó todo al suelo, escupido a la gravedad terrestre, al instante previo a la huida.

El valle de Cuarán quedó desnudo, desolado como nunca, mostrando el vacío que nadie sabía que hubiese sido ocupado, reflejando la ira de las personas que habían quedado sin venganza en aquel páramo de dolor, ausentando al culpable de las matanzas, al culpable de su miedo. Se reponían aún de la afrenta cuando la ventisca empezó a girar en un gran círculo en el espacio que había dejado el ovni. Se formó una especie de remolino cada vez más definido, que absorbía toda la tormenta y la concentraba en aquel pequeño tornado. Giró unos segundos más y luego se disipó rápidamente, como si fuera un envoltorio que desaparecía y dejaba ver por fin lo que guardaba en su interior.

De pie, desnuda, con la larga melena tapando su cara y su torso, flotando en un halo santo y con el cuerpo reposando como lo haría el de un crucificado, estaba Sasha. Petrificada, no movía un solo músculo, después alzó la cabeza y su mirada ensangrentada se abrió hueco entre el cabello, conectando al instante con la de su hermano, al que le suplicó en silencio que la rescatase de aquella infame tortura.


Mara estaba en la ducha, mientras Sasha preparaba la cena en la cocina. Habían pasado tres meses desde la partida del ovni. Tres meses en los que habían tenido retenida a la abducida para realizarle todo tipo de pruebas, de las cuales no se derivó ningún resultado de interés. Sufría amnesia, por lo que tampoco pudo relatar nada acerca de las cinco horas y treinta dos minutos en las que, supuestamente, Dot, la había retenido en su nave. Ni de la conexión que durante horas mantuvieron el extraterrestre y ella antes de esfumarse. Fueron días muy duros y exigentes para Sasha, que no logró aportar ninguna información sobre lo sucedido y que por fin tenía libertad vigilada en su domicilio.

Troceaba verdura, distraída, cuando erró con el cuchillo. Hundió la hoja en su dedo índice, provocando un profundo corte que rápidamente empezó a sangrar, a borbotones, una extraña sangre ácida y azul. En ese momento, Mara, apareció en la cocina, aún envuelta en la toalla. Dejó escapar un grito de pánico cuando encontró a su mujer transformándose, en dolorosos pasos, en el extraterrestre Dot. Desplegaba este su horrible silueta en forma de estrella, a la vez que emitía un sonido agudo insoportable. Después la chica, que intentaba huir, saltó por los aires, manchando paredes, techo y suelo, con las salpicaduras de su sangre y los restos, de color indefinido, de su ser. Convirtiéndose en la anhelada dosis que necesitaba aquella maldita alimaña para calmar la angustia que le provocaba su incontrolable adicción.

 

FIN