Dot, tras consumir la vida de los Andersen y su perro, cayó agotado y aturdido en una ensoñación más profunda, si cabe, que en ocasiones anteriores. Al contrario que al principio, parecía que cada vez se deterioraba más en el acto y que las horas de hibernación posteriores le llevaban a un estado de decrepitud del que no terminaba de recuperarse. Cuando despertaba se encontraba dolorido y sentía más muerte que vida en el enroscado auto abrazo que se infringía en el interior de la bola.

Más de veinte humanos habían desaparecido entre sus tripas desde que llegó a las poblaciones de Meritov, Durik y Filense. La sangre de los animales había quedado relegada a un segundo plano y ahora mujeres, hombres y niños se colocaban en lo alto de sus preferencias alimenticias. Había abandonado su dieta habitual a base de algas, que cultivaba en las bodegas de su nave y se dedicaba únicamente ahora a alimentar su nueva sed. Toda su exploración terrícola se había reducido a calmar la ansiedad que le provocaba su roja adicción.

No modificó, sin embargo, su vuelta a la nave para enviar regularmente el informe. Maquillado el mensaje hasta la mentira, notificaba lo que percibía de soslayo en los escenarios que acogían sus matanzas. Desde Vastia recibía respuestas interrogativas. Desconfiaban ahora de la viabilidad de la interminable misión y de la capacidad de su explorador para dar respuesta a la necesidad de su pueblo. Se le acababa el crédito a Dot, pero a él, sintiendo el poder de la lejanía y obsesionado por la cacería, eso no le importaba.


Molko, el segundo de Milo, fue el que aviso a su superior nada más descubrir en el punto indicado la moto de Sasha. Condujeron hasta el árbol y una vez allí, sin reparar demasiado en el vehículo, dirigieron al unísono sus miradas hacia el flanco derecho. Buscaban en el suelo nevado una esfera blanca de aproximadamente un metro de diámetro, según la descripción de Sasha. Rastreaban la zona con la mirada. Con la mano posada en la funda de la pistola y una gota de incertidumbre resbalando por su frente, se acercó cauteloso Milo hasta el borde del camino. No veía nada extraño, pero no se confiaba. La situación era dramática en la zona y no sabían aún a que tipo de depredador se estaban enfrentando. En su cabeza se repetían las palabras de advertencia de Sasha y temía tener el peligro justo al lado sin percibirlo. Pero no, todo parecía normal. No había ninguna esfera, ni nada parecido. Su ausencia cada vez más certificada, alimentaba la crítica de los dos policías al discurso de la siempre extraña Sasha. Sonreían nerviosos y avergonzados por haber prestado atención a las tonterías de la loca hermana de Paul, cuando Molko empezó a gritar de dolor. Se agarraba la pierna izquierda, mientras desencajaba la mandíbula en una expresión de puro pánico. Su jefe desenfundó el arma, creyendo que una bala o su amenaza podían parar aquello. La pierna se hundía en la nieve, que en esa parte estaba cubierta de un líquido viscoso azul que borboteaba mientras deshacía en segundos el pie del policía. Se derretían la carne y los huesos y solo cuando Milo saltó sobre Molko para empujarlo y que dejara de estar en contacto con aquella especie de ácido, paró la mutilación.

Hasta la rodilla quedó consumida la pierna de la víctima, que gritaba y se retorcía junto al charco azul que lo hubiese matado de no ser por la rápida actuación de su compañero. Entonces, Milo, vio el reguero del líquido azul que se perdía en dirección a las montañas, adornando un surco peculiar en la nieve, que bien podría medir en torno a un metro de ancho.