Con formas curvas, lisa, blanca, enorme, se postraba ante ellos el objeto redondo más perfecto que verían en su vida. Era igual que la esfera que Sasha contempló en el kilómetro veinticinco de la NN-24, igual que la que sembraba el terror de sus vecinos sin que ninguno de ellos hubiese llegado a verla, pero de dimensiones gigantescas y descomunales. Solo podía ser más impresionante que su presencia, el hecho de que por momentos parecía desaparecer, unas veces por un lado, después por abajo o incluso entera. Como si una especie de camuflaje, fallido e intermitente, la protegiera de los ojos humanos.
Sin quitar los ojos de la nave, Paul, empezó a tirar de la mano de su hermana con la intención de alejarse de allí, conforme con saber la ubicación del terrible y enorme problema, y postergando el momento de enfrentarse a él para más adelante, con refuerzos y un plan. Pero Sasha estaba clavada en la nieve, como las patas ocultas de la esfera. Su boca abierta no emitía ningún sonido. Cambió esto en el instante en que surgió la esfera pequeña del interior de la nave. Un contenido “ah” de dolor y miedo se deprendió de sus labios, apagándose en el mismo tiempo que necesitó la bola para dejar ver su mitad inferior por debajo del ovni.
Despertó de su impresionado letargo la menor de los Graham, acompañando con su cuerpo el tirón de su hermano, y echando a correr junto a él montaña abajo. Escucharon, entonces, el zumbido de la bola rodando lentamente en dirección hacia ellos, creando un nuevo surco con su peso y levantando a ambos lados una pequeña ola de nieve azul. Como si fuera la inercia la que decidía, cada vez iba más deprisa y así se lo hacía saber a los perseguidos el sonido del roce con la nieve y la vibración del suelo. Corrían presas del pánico por aquella falda vacía, donde no había arbustos, piedras, ni árboles. Los cincuenta metros que tenían de ventaja no serían nada para aquella masa enfurecida que contenía a un frenético Dot, al que quizás nunca conocerían. Jadeaban sabiéndose muertos. Se despedían el uno del otro con la mirada húmeda, a la vez que trataban de alcanzar la inalcanzable arboleda que se dibujaba unos metros más adelante. Se perdían sus botas en la nieve en cada zancada. Gritando sin saberlo, como si fuese una reacción mecánica del que solo puede sentir miedo, empezaron a notar que sus cuerpos ardían. Delgadas puñaladas incandescentes se clavaban punzantes en sus brazos, en su espalda, en su pelo… Una lluvia acida de gotas azules que les agujereaba la ropa y quemaba su piel, les hacía comprender que la bola los estaba alcanzando y que podía bañarlos con aquella sustancia que se desprendía en todas direcciones al rodar a toda velocidad tan cerca de ellos. Había llegado el final, a tan solo unos metros de los árboles. Entonces, cuando solo les quedaba esperar ser arrollados por la muerte más atroz, el ruido, la esfera y su devastadora persecución desapareció. Ellos corrían. Seguían corriendo, asustados, confusos, vejados por el juego de su asesino, ya entre los árboles que nunca esperaron alcanzar. De pronto, entre las sombras, vieron lo que parecía una gran manada de ciervos a escasas zancadas de ellos e interponiéndose en su huida, que de nadie era ahora. Los animales que habían alzado sus cabezas hacia los humanos, desconcertados y sorprendidos, giraron coordinados sus cuellos, esta vez, al otro lado de la trayectoria donde ya se alzaba de debajo del manto, con una ascensión lenta y terrorífica, la esfera. Emanaba a gruesos chorros la viscosa vida azul extraterrestre, que caía sobre la nieve, evaporándola en forma de humo, añadiendo aún más misterio a la escena. Algo se movía dentro de la bola. Se dejaba ver a través de la fina piel circular, cuando antes era totalmente opaca. Inmóviles, Sasha y Paul, vieron como la bola se abría, como de ella surgían los impresionantes tres metros cuarenta y cinco centímetros del invertebrado habitante de Vastia, que después de desplegar sus brazos y tentáculos en una estrellada silueta comenzó a emitir un alarido agudo, que acompañó al baño de sangre más inaudito e inimaginable que un habitante de nuestro planeta podría imaginar. Saltaban las cabezas de los ciervos, las extremidades, sus órganos, la sangre… Como si fuese un tiroteo de un extremo al otro de la manada, la mente de Dot hizo volar por los aires a todos aquellos pobres animales, ante los forzados y aterrados espectadores humanos que no comprendían aún porque no estaban muertos.


[…] Sigue aquí admin2023-07-05T07:50:56+00:0017 de marzo de 2023|TEXTOS| […]